Los pobres diablos alzan su osamenta burlada
y tantean su resto de esperanza raída.
Mascullan como siempre,
se interrogan el hueco de los ojos,
la sal que no han llorado.
Miden en sus rodillas un silencio rebelde,
esconden con verguenza la traición que les duele.
Van destruyendo, construyendo, acaso en ellos mismos.
Trepan por costuras de niebla y celosamente arrojan
los escombros a un lado de sus suelas gastadas.
Aman furiosamente, agobian
la impavidez de un Dios que no eligieron
y custodian sus fuegos en los lentos rincones
donde añoran luciérnagas y árboles de espuma
que en un tiempo sabían crecer en sus axilas.
Levantan cementerios de menta donde andan sus
cenizas,
el desdibujado rostro de las canciones que olvidaron,
sus cansadas cucharas.
Estrellas de hojarasca.
Entierran sus sonidos, estrangulan sus ídolos marchitos
y a veces, cuando se encuentran, después de tanto preguntarse,
sin preguntarse nada sueltan un pájaro a volar,
un muy temido pájaro de angustia y de sed
que suele meter miedo a sus señores y a su dios.
Los pobres diablos tienen escondido
tal vez entre terrones de aspirinas, entre libélulas azules
en la raíz del pelo
un gesto modelado con saliva remota
guardado para el día de la justa venganza.
Culminando en el vuelo de una bandada de algas.
Escribiendo en el tiempo con sus corolas ávidas
su condición de hombres.
Exactamente de una vez por todas.
Poema extraído del libro Luz de todos; Héctor Negro, Colección de poesía dirigida por Luis Mangieri LA ROSA BLINDADA, Bs. As., 1965
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