miércoles, 8 de mayo de 2013

DESPUÉS DEL SUBTERRANEO

de Hector Negro
La boca del subte,
abruptamente,
dispara oficinistas,
bancarios,
manyapapeles,
ratones de oficina de distintos pelaje,
hacia grises cuevas,
huecos sin sol,
sin verde, sin canción.
Corren
torpemente,
desarmando su empaque,
esquivando autos,
vehículos diversos
y nadie mira al cielo
ni sabe
de aquella nube blanca
que se posó en la torre,
de aquella azul paloma que picoteo una hebra
de hierba solitaria.
Se desarman
en el apuro incierto.
Se les clavan relojes
en la sienes pálidas,
amenazas de jefes, jefecitos,
reconvenciones. mufas
de otros como ellos
que por una tajada más
descargarán sus frustraciones
sobre sus jadeos y sus miedos,
hoy demorados dos o tres minutos.
Algo más tarde,
allí
en sus escritorios,
algunos de ellos,
puntualmente
ajustando el dogal de sus corbatas,
leyendo el diario,
revistas de moda, de chismes, de deportes,
los últimos "best sellers",
sellando inútiles papeles
etcétera,
hablaran de la falta de cultura de las masas,
de los malos políticos,
de la gente que suele pensar con el estómago,
de los países bien organizados
adonde habría que irse
de una buena vez
y,
oh caramba¡
de las pretenciones cada vez más crecientes
del servicio doméstico,

No obstante en uno de esos sitios, por ejemplo,
podrán registrarse algunos hechos
ciertamente saludables.
Desde el cuarto piso para arriba,
las ventanas que dan al este,
revelan que hay un río impensadamente hermoso
y algunos se dan cuenta.
Las que dan al oeste,
desnudan techos y alturas
de una ciudad desconocida
que alguien podrá descubrir.
La dactilogarfa que ha llegado en estos días,
tiene unos ojos de imprevistas tormentas
con colores de sueño,
y nadie la ignora
A cierta hora de la tarde se posa en una ventana desolada
y distra a algunos imperturbables técnicos.
Una empleada del piso,
exhibe solamnete dos veces a la tarde.
pero todos los días,
unas piernas dignas de la mejor atencion.
A la hora del almuerzo
hay quienes van a comer su "sandwichito" a la plaza,
para mirar el cielo por una rato.
Todas las semanas, hay fin de semana.
En algunos escritorios hay vasos con flores.
El ordenaza del tercer piso, se ha enamorado.
Alguien dijo no, alguien dijo basta, alguien dijo creo.
Yo acabo de escribir este poema.

La vida continúa ganando batallas importantes.

Siguen siendo nuestras,
la esperanza,
la posibilidad de ser, de crecer, de cambiar.
Estamos vivos,
pese a todo.
Hector Negro; Ciudad de los flacos aires, Ediciones 2X4, 1981. pp-55 57

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