martes, 18 de marzo de 2008

HOMERO EXPÓSITO

HOMERO EXPÓSITO: SU POESÍA NOS SIGUE ALUMBRANDO

por Héctor Negro

 

Un 23 de setiembre de 1987, fallecía Homero Expósito, uno de los más importantes poetas del tango de todos los tiempos. Y todavía cuesta asumir su partida, creerla cierta. Porque siempre es posible seguir descubriendo en sus versos la frescura de lo recién nacido. Y comprobar con sorpresa cómo alguna hasta hace poco desapercibida obra de su repertorio, logra trascender y afianzarse en el gusto de la gente. Lo que revela una  compleja pero saludable síntesis de lo valioso y lo perdurable, tal vez una de las más ansiadas metas de todo poeta popular.

            Lo cierto es que hablar de Homero Expósito es ocuparse de un poeta vivo y vigente. No sólo del tango, sino de todo el espectro de la poesía. De la ´"única e indivisible" que definió Raúl Gonzalez Tuñón. Porque este Homero es una caja de tenaces sorpresas y osadías que el tiempo no logra cerrar. De alguna manera, este imprevisible Homero vino a demostrar con hechos(poético-cancionísticos) lo que Leopoldo Marechal condensó en un concepto: que "el tango es una posibilidad infinita". Con temas tan eternos, como audaces e inesperados. Eternos como la historia de "Percal"(tantas veces mentada), pero alumbrada con los fulgores de su talento e inventiva, de sus aciertos expresivos("Te fuiste de tu casa./ Tal vez nos enteramos mal...", versos que produjeron la admiración y sana envidia de Discépolo). Eternos como esas trenzas "de color de mate amargo", capaces de endulzar un "letargo gris" y de incomodar a los poco imaginativos. Eternos como cualquier adiós, pero donde el adiós descubre que: "tu  forma de partir/ nos dio la sensación/ de un arco de violín/ clavado en un gorrión..."("Óyeme"). Un adiós que recuerda un ayer en el que "pensaba de perfil", como para darse todos los adioses, pero con su propio y único estremecimiento.

            Y también inesperados desde el título, el planteo o el lenguaje atrevido y esencial, como en "Afiches" ("Luego la verdad, /que es restregarse con arena el paladar"); "Maquillaje" ("Tú compras el carmín/ y el pote de rubor/ que tiembla en tus mejillas, /y ojeras con verdín..."); "Pigmalión" ("Hielo seco/ de tu amor que me ha quemado, /verso inútil, fruto hueco."); "Sexto Piso" ("Allí abajo se revuelven como hormigas: /mucha fatiga, pero mucha cuesta el pan.") o "Tristezas de la calle Corrientes" ("Los hombres te vendieron como a Cristo/ y el puñal del Obelisco/ te desangra sin cesar..."). Inesperados y a la vez penetrantes, como muchos otros que podrían reproducirse para registrar un inagotable muestrario de bellas audacias poéticas incorporadas naturalmente al lenguaje de la más alta expresión cancionística que el tango supo producir, tan difícil de encontrar en ese nivel en otros cancioneros populares..

            Fue el paradigma de la generación de poetas del tango surgida en la luminosa (para el tango) década del 40, en el momento en que los "grandes" del género atravesaban una fecunda madurez. Cuando sólo era posible abrir nuevos caminos "a poesía limpia", como para destacarse , pero a la vez diferenciándose de Cadícamo, Discépolo, Manzi, Cátulo Castillo, pero sin alejarse de la gente. Llegó en el momento justo de un estallido nuevo en el panorama del tango. Pero tuvo también el talento, más que justo, para responder a las exigencias de su época. Nos hizo todo más difícil a los que llegamos detrás, por su estatura poética incitadora del asombro. Pero nos brindó un arma más, nos dejó una imponderable y enriquecedora herencia: su obra. Que no me cansaré de repetir: es una inmensa lección de cancionística.

            De su bohemia se ha hablado y escrito, de sus recaladas en boliches y de su vocación de madrugadas. Pero no se ha insistido lo suficiente en dejar en claro su profesionalidad y su disciplina. Al respecto, el testimonio de Héctor Stamponi – coautor con Homero de memorables obras- ha sido elocuente: "Era tremendamente minucioso y trabajador, obsesivo y pulcro hasta el extremo."

            El fundamento de su singular inventiva(y valga nuevamente mencionarlo), era su talento. Sobre él, crepitaba su audacia creativa; sumaba además su formación universitaria (cursó, sin terminar, la carrera de letras) y una vasta sabiduría recogida de la calle y de la vida. En él se conjugaban "Las flores del mal" de Baudelaire. La "...temporada en el infierno" de Rimbaud, las truhanerías de Francois Villón, con el funambulesco Buenos Aires de Nicolás Olivari, los Tuñón,

las criaturas discepolianas y las "ginebras desastrosas" de sus personajes, alguno de los cuales sabía "deshojar la espera "a punta de cuchillo. Supo transmitir la humillante y angustiada sensación de tener ganas de "balearse en un rincón", el sabio reproche de que "en la vida/ se cuidan los zapatos andando de rodillas" y descubrir que alguien puede ser "más blanda, que el agua blanda". Y jugar como un diablo o un ángel travieso, con las rimas interiores de los versos que le agregaron esa indefinible música a las melodías que enriquecía o sugería desde su torrente poético que sabía iluminar sobre los pentagramas, verdaderas  contorsiones de armonías indefinibles.

            En Buenos Aires, una esquina (Lavalle y Paraná) lleva su nombre; en Zárate (su terruño),

un gran Anfiteatro; la Sociedad de Autores que él honrara como parte de ella(SADAIC),  lo recuerda con un retrato en su interior y le brindó una placa de bronce en su esquina, que la impiedad de los tiempos que corren vió desaparecer en una "noche zurda", como el supo adjetivar en uno de sus tangos.

            Pero más allá de todo ello, el verdadero y definitivo monumento está edificado en el corazón y en la memoria del pueblo que escucha, canta y silba sus canciones y se sigue conmoviendo al oir sus versos. Los que siempre son capaces de volver a asombrarnos.

1 comentario:

Cinzcéu dijo...

Evidentemente un artista, un profesional y un maestro. Para mí Discépolo y Castillo están a su mismo nivel, con las necesarias diferencias de estilo.