por Hèctor Negro
Mucho se ha dicho y escrito sobre Carlos Gardel y su canto, el influjo de su presencia en los escenarios y en el cinematógrafo, sobre aspectos de su vida y trayectoria, su entrada en la mitología de nuestro pueblo y la proyección de su voz en el tiempo, que a medida que transcurre parece enriquecerla más aún de lo que fue reconocida. Sus películas y grabaciones (hoy más perfeccionadas con el avance de la tecnología) nos hacen apreciar y ponderar cada vez más la dimensión de su personalidad y su voz. Pero no muchos se han detenido a destacar y reconocer sus dotes y condiciones de gran compositor y melodista de gran parte de su repertorio.
Además de haber sido prácticamente (junto con Pascual Contursi), uno de los "inventores" del tango-canción, fue también quien fue encontrando a través del tiempo, la forma de decirlo, su fraseo; creando una escuela insuperable. Pero llega a ser injusto no ocuparse de su condición de compositor de obras de trascendencia y perdurabilidad. Y dentro de esa disciplina y teniendo en cuenta la vastedad de esa obra (que comienza en sus tiempos de cantor de canciones criollas), vale la pena detenerse en una breve etapa (entre 1932 y 1935) en la que colaborando con Alfredo Le Pera, producen un repertorio de excepcional nivel y trascendencia. El propio Le Pera no ha sido valorado y estudiado seriamente en función de sus merecimientos. Hasta el trágico hecho del accidente de aviación donde ambos perdieron la vida, hace que la fecha de ese fatal acontecimiento, dada la dimensión de la figura de Gardel, haga muchas veces ubicar en relegado plano el recuerdo y la importancia de Le Pera. Pero si nos detenemos aún brevemente en la obra que ambos crearon, no podemos dejar de reconocer el imponderable valor artístico de ese binomio autoral que se ubica entre lo más encumbrado de nuestro cancionero. Cuando Gardel se reencuentra con Le Pera en París (pues ya lo había conocido antes en Buenos Aires), es el momento justo en que el cantor afrontaba un protagonismo en la cinematografía, en la que necesitaba imperiosamente un argumentista, guionista y autor para las letras que cantaría en sus películas. Y necesariamente debía ser alguien que pudiera darle a esa tarea lo que la figura de Gardel necesitaba: alguien que supiera mostrar su porteñismo y criollismo, desde los diálogos hasta los versos cantables. Le Pera traía su experiencia de periodista, crítico teatral y cinematográfico y autor también de comedias y obras teatrales, a la vez que sus intentos en la literatura. En el momento de reencontrarse con Gardel (alguien buscó ese reencuentro) se hallaba en París en función de su labor de periodista y dedicándose también a traducir las leyendas de las películas mudas, tarea que venía realizando favorecido por sus conocimientos de idiomas. De su labor de autor sólo había trascendido un tango escrito en colaboración con Discépolo (autor de la música y coautor de los versos): "Carrillón de
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