Mete la moto su motor montado.
Va viboreando velozmente baches
y serpentea entre un malón lanzado
de autos hambrientos de distancia y calle.
Turba el asfalto de caudal colmado
de vértigo que cruza,
destemplado,
un vulnerable peatón que alcanza
la otra orilla, así, como aferrado
a ese semáforo que le dio un breve
respiro de remanso allí plantado.
Así como algún náufrago
se tiende en una playa desarmado
de fuerzas y enciende
el suspiro de luz que le ha quedado,
el peatón sacude el sobresalto
que el tránsito feroz le ha despertado
y fuga por la prisa que lo traga
como una danza de desesperados.
Las motos roncan en la calle trampa.
Van viboreando velozmente audaces.
Y en cada esquina perdonando vidas,
juegan sus reyes, sotas, oros, ases.
Con casco de astronauta motoandante,
el que maneja es un petardo insólito
y el que de a pie se cruza en su camino
ha de quedar por un buen rato atónito.
Héctor Negro - Diciembre 2010
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