El viento helado arrastra cruelmente las hojas amarillentas y secas;
los papeles y los sueños desahuciados;
la pelusa invisible de la mañana;
las prisas, las fugas hacia la nada, los colores que intentan llegar a ser.
Pero más castiga, pega latigazos y tajea impunemente
en los rincones donde tiritan los desamparados;
en las hendijas de los refugios donde se marcan como cicatrices
esas insólitas ventanas deformes que abrieron imperceptiblemente
las maderas y las chapas en desencuentros fatídicos.
El viento se mete allí como serpientes en bandada
y dispara sus veloces pájaros pertrechados de cuchillos de frío.
Sólo un famélico humo languidece desde un hueco.
Los pobres, los desvalidos, también a su manera
sobreviven o van avizorando los umbrales de una agonía flaca.
El mundo sigue andando.
Héctor Negro
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