Era la voz que el tango luchando contra viento y marea estaba necesitando: cálida, templada, decidora, dramática y sentimental. La necesitaba el tango de todos los tiempos, el nuevo incluído para expresar con más fuerza y autenticidad los nuevos contenidos. Fue una aparición casi milagrosa. Y manejaba el bandoneón como una parte más de su cuerpo, con fraseos tangueramente rezongones y a la vez modernos.
Cuando Pichuco escuchó su voz, la atrapó en su corazón, quiso ser su padrino, quiso que él fuera el hijo que no tuvo. Le señaló el camino que venía desde la historia y se abría hacia el futuro.
Todo eso fue Ruben Juarez. Y mucho de eso lo prodigó en el disco.
Cantó a los grandes poetas de siempre y a los que surgían en su generación. Nos cantó a todos, siempre avanzando en el tiempo, siempre "aggiornándose". Creció como artista, como bandoneonista y como cantor.
El 31 de mayo tuvo la ocurrencia de dejarnos. Ya lo estamos extrañando. Pero también ya entró en la memoria en las que hacen nido los privilegiados, queridos y nunca olvidados
(H.N.)
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