viernes, 30 de abril de 2010

SOBRE LA ESENCIA DEL TANGO (x)

por Héctor Negro

         La capacidad de evolución y de renovación a través de diferentes épocas, ha sido una de las características fundamentales y permanentes del tango, lo que le ha permitido actualizarse en función de los cambios y de la sensibilidad popular. Esto es bien sabido por quienes distinguen las expresiones representativas de cada época y el curso de su evolución. Hasta el más común de los devotos y oyentes habituales de las expresiones del género, puede advertir la variedad de estilos y formas expresivas tanto en el aspecto instrumental como en el cantado. Lo que suele no tenerse en cuenta es que desde sus primeras etapas, cada aporte, cada intento de cambio, provocaron las consiguientes críticas y rechazos provenientes de los "retardatarios" de turno. Abundan los testimonios al respecto y tales cuestionamientos existen desde poco tiempo después que el tango naciera y consolidara su ritmo y estructura. Uno de los argumentos más meneados fue la preservación de la "esencia", sin que por lo general se aclarara en qué consistía esa "esencia", la cual por otra parte fue siendo distinta a medida que el tango mismo iba cambiando. Uno de los pocos que se ha referido a esa "esencia" y la definió e indagó en su breve trabajo titulado "La esencia del tango" (editado en 1980 por "Cuadernos de Tango y Lunfardo"), ha sido José Gobello. Y una de las conclusiones principales a la que llega en su análisis, es que esa mentada y zarandeada "esencia" es algo mutante de acuerdo a cada época y a los accidentes de la porteñidad que el tango expresa (porteñidad entendida en amplio sentido, no limitada sólo al espacio geográfico), según influyen los cambios culturales, de costumbres, de ritmo de vida, lenguaje, gustos, etc., además de las consiguientes influencias musicales y/o poéticas predominantes. O sea, que tal esencia no es algo fijo, inmóvil, sino cambiante, como lo es el tango según su historia y evolución lo demuestran a través de tantísimas obras.

         Es fácilmente advertible que entre los tangos de Bevilacqua, Greco o Pacho y los de Julio y Francisco De Caro o Joaquín Mora, hay una evidente diferencia. Esto, sin llegar a comparar con producciones posteriores (cuarentistas, pre-vanguardistas o vanguardistas) que moverían a juicios y conclusiones reveladores. Un ejemplo sería confrontar los tangos de Villoldo o Poncio con los de Troilo o Salgán. Se hallará la misma esencia, sí, pero a la vez distinta, del mismo modo que nosotros podemos ser los mismos que en nuestra adolescencia, pero a la vez somos otros, porque el tiempo y la vida nos cambiaron y nos siguen cambiando.

         Quizás la aparición de obras en las distintas etapas mencionadas (tal su diversidad de estilos) suscitara la exclamación de más de un inmovilista: "Esto no es tango. Tangos eran los de…" (y aquí coloquemos los nombres de acuerdo a los gustos personales y épocas). Entonces, ¿dónde está la esencia si todos son diferentes? Allí está la clave, en entender que el fenómeno del tango, tal cual se ha dado y se da, reconoce en el devenir a su sustancia y a la evolución como su signo característico. Y esa es su esencia verdadera: su fidelidad a la característica esencial de cada época (con su carga histórica), nutriéndose siempre con su raíz y con las aguas de sus fuentes corriendo por su savia. La ciudad de 1910 no es la del 2010, obviamente. Es posible que un habitante de entonces traído hasta hoy por un hecho milagroso, diga al ver este paisaje: "Esta no es Buenos Aires". Y tendrá razón, no es aquélla, es ésta. Y el tango que hoy nace no ha de ser seguro el que él conoció, sino el nuestro (si es tango, agrego). En este aparente juego está otra de las claves. A ciudad nueva, tango nuevo (y por lo tanto, distinto). No neguemos a los habitantes del futuro la posibilidad de saber como fuimos –  artísticamente expresados en tango -, en esta década del siglo 21. No congelemos la esencia, prolonguémosla con la misma raíz. Y el tango así mantendrá su vigencia a través del tiempo.

 

(x)  (Nota publicada en el Boletín de SADAIC, Nro.3-Abril 2010)

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