domingo, 10 de agosto de 2008

EL TANGO, IMÁN DE POETAS

por Héctor Negro

Además de haber alcanzado en sus letras una reconocida calidad poética (en este caso cancionística), el tango fue y es motivo inspirador y poderoso atractivo para la creación poética exclusivamente literaria. A través de su temática, sus personajes y protagonistas y su propia mitología; el espíritu y el universo del tango aparecen en muchos poemas de diferentes procedencias estéticas, aun entre quienes se confiesan "no tangueros".

Los poetas tienen que ver con él desde que nació, intentando interpretarlo o pintando sus ambientes y tipos. Y alcanzan importancia como antecedentes concretos de la poesía cancionística que el género desarrolla en la etapa "post-contursiana" (desde 1917).

Esos antecedentes se encuentran en la poesía de Carriego, en las "Milongas clásicas" de Almafuerte y en la poesía de los payadores urbanos y suburbanos. Por ejemplo a partir de Pascual Contursi, se sumaron a la peripecia poética del tango, poetas populares que se convirtieron en autores o autores-poetas (Celedonio Flores, Francisco García Jiménez), saineteros y dramaturgos (José González Castillo, Manuel Romero, Samuel Linnig, Alberto Vacarezza), incursionando también poetas de versos "para leer" en el estricto sentido literario (no autores) como Nicolás Olivari o Fernán Silva Valdés.

El triunfo del tango-canción (de la mano de Gardel) atrajo a poetas de diferentes procedencias y orígenes. Así creció su caudal literario con los ya nombrados y otros como Enrique Cadícamo, Homero Manzi, Enrique Santos Discépolo, Alfredo Lepera, Cátulo Castillo, Héctor Pedro Blomberg, José María Contursi y Homero Expósito, sólo para citar a los más reconocidos. Entretanto que paralelamente fue desarrollándose una producción literaria íntimamente relacionada con el tango. Parte de ella influenciando a los propios autores y el resto configurando un vasto territorio poético digno de ser explorado. Allí aparecen nombres como los de Jorge Luis Borges, Raúl González Tuñón, José Portogalo; los lunfardescos Julián Centeya y Carlos de la Púa; los inclasificables Juan Carlos Lamadrid y Mario J.de Lellis y -como ejemplos de una copiosa bibliografía de los últimos años- los más cercanos (entre los que siento el honor de contarme), Atilio J. Castelpoggi, Julio Huasi, Eduardo Romano, Roberto Santoro, Alfredo Carlino, Humberto Costantini, Horacio Ferrer, Roberto Selles, Horacio Salas...

Todos (más los omitidos por razones de espacio y temor de abrumar con una larga lista) testimonios de la existencia de una corriente ininterrumpida.

Esa generosa corriente que no se detiene, sobre el pentagrama o el papel en blanco, integra una valiosa y representativa línea poética que recoge las mejores y más cabales raíces indiscutiblemente nuestras y las prolonga en obras que sin duda se inscriben entre los más auténticos exponentes de cada época. Ningún poeta ciudadano que cultive esta indeclinable pasión de pintar y cantar a su "aldea", podrá soslayar o sentirse ajeno a la influencia del tango en la medida que no ignore las auténticas raíces de nuestro pueblo.

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