Algunos lugares se borraron de mi memoria y otros de la cuadra. Pero ese tramo, que cruza Lavalle desde Paraná hasta Montevideo, ha sabido encerrar y aún persiste en hacerlo, un mundo vital y rumoroso de bohemia diurna y un colmenar de sueños y ajetreos, que se motoriza desde la sede de SADAIC. Y recuerdo al viejo Café El Aguila, a El Nuevo Aguila, al ya ausente Barjama, al Bar Carlitos, donde desde el mediodía hasta el crepúsculo corrían los tintos fuertes, en las mesas que ocupaban autores, poetas, folcloristas y tangueros, hasta que la tarde se apagaba. Y los boliches de la vereda de enfrente, la de los números pares, algunos de los cuales aún resisten.
Pero en la cuadra de SADAIC, todavía siguen merodeando los duendes de Homero Expósito, con quien una tarde de verano en El Aguila nos tomamos 27 vasos de vino, entre charla y poemas, tangos y magia. Desde ese tramo hasta su casa, que estaba en la otra cuadra, paseaba su respetada figura cruzando la esquina de Lavalle y Paraná que hoy lleva su nombre. Una noche pasé por la esquina y me sentí en otro lugar. Los cafés con luces tenues, algunos cerrados, vacía, ya desvanecidos los rumores, sólo atravesada por fantasmas que eran como visiones. Por eso, al poco tiempo escribí con música de "Toñito" Rodriguez Villar un tango que intentó atrapar ese misterio porteño: Noche de Lavalle y Paraná.
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